En mi cancha –ustedes disculpen, es la cancha de Boca– cuando un equipo visitante juega así todos gritamos “equipo chico lalalalá lalalá”, pero no gritamos lalalalá lalalá; gritamos otra cosa. Lo gritamos, por ejemplo, cuando un equipo va ganando 2 a 0 por un gol de chiripa rodillazo y otro de soberbio tiro libre por un foul dudoso y, faltando todavía casi 20 minutos, su juego consiste en pegarle de puntín lo más lejos posible, sacársela de encima y encerrarse atrás. Lo peor del fútbol: aquello que los clásicos, dios los perdone, solían llamar “el antifútbol”. Lo raro, lo indignante, es que eso lo haga la selección del país más potente del fútbol mundial, en su casa, contra otra que nunca había llegado a un cuarto de final.
Ayer Brasil se esforzó todo un tiempo apretando, presionando, mostrando su incapacidad supina para dar cinco pases seguidos cuando recuperaba la pelota –y, pareció que le daba resultado: ahogó a Colombia, no lo dejó jugar. En el segundo ya no pudo mantener el ritmo y se dedicó, decíamos, a la demora, el enredo, el puntinazo. Y la violencia: cometió treinta y un (31) fouls pero un árbitro vergonzoso y español solo amonestó a un jugador brasileño por obstruir el saque del arquero contrario y a su arquero por un tackle que debió valerle la expulsión. Y Colombia, enfrente, no supo cómo contestarle; así, el partido más esperado se convirtió en un juego de potrero, vulgar, torpe: desconcierto de errores y pases sin destino, de pelotas volando y patadas voladoras. El fútbol como un juego de descontrol y lotería.
Supongamos que estaban muy nerviosos, que siempre es más amable. Supongamos que el peso de la responsabilidad, la obligación de ganar su Mundial les impide jugar como querrían. Supongamos que no les gusta estar haciendo lo que hacen. Supongamos.
A mí –disculpas otra vez– me indignan, y espero que pierdan por fin contra ellos mismos. Disfruté tanto de verlos cuando valía la pena: cuando eran alegres, bellos y finales. Ahora me aterran: espero que pierdan, de verdad lo espero. El estilo que se lleva un campeonato suele ser imitado. Por eso espero muy honestamente que Brasil no gane este Mundial: que no nos condene a cuatro años de fútbol inmirable.
Martín Caparrós
El Pais - España
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